Escultura, Arte y Música

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lunes, 5 de noviembre de 2012

Viajes II (Rodin)


Recientemente he pintado parte de mi casa, y como podréis comprender se pone “patas arriba”. Recoges trastos que considerabas perdidos, vacías librerías, estanterías y descuelgas cuadros. En definitiva, preparas las paredes para dar a tu casa un nuevo color.

Cuando uno tiene niños de corta edad las paredes se convierten en grandes lienzos para ellos, y las rozaduras y los “grafitis” hay que ocultarlos para dar un aspecto nuevo.

Con el rodillo en las manos vas ocultando el pasado de unos años y te vas dando cuenta de que tus hijos están creciendo. Se van haciendo más responsables, aunque a decir verdad te alegra que ya no usen la pared para sus juegos.

Un nuevo viaje comienza.
Tu casa “empapelada” te vuelve a recordar la obra de Christo, con sus monumentales montajes. Mientras vas pasando el rodillo cargado de pintura te imaginas los grandes frescos realizados en siglos pasados. La maestría de grandes autores que dejaron su impronta para nuestro regocijo.
Terminas de pintar y hay que organizar el caos que tienes ante tus ojos.
Las manchas provocadas por esos botes de pintura derramados crean un “Pollock” en tu pasillo, que rápidamente hace desaparecer la fregona. 
Esa parte de tu casa está limpia, no hay nada en el suelo y las paredes esperan acoger de nuevo esos cuadros que días antes descolgaste. Parece mentira, pero esas pinturas, dibujos, grabados y fotografías parecen otras. Lo ves todo más luminoso y recibes su agradecimiento obsequiándote con una nueva imagen, quizás una nueva lectura.
El pequeño viaje experimentado con tus libros resulta gratificante, y aunque tardes más de lo esperado en recolocarlos, merece la pena volverlos a abrir, a olerlos mientras disfrutas de imágenes de todo tipo.
Había olvidado lo importante que fue para mí leer y ojear ciertos libros. Conocer más profundamente a ciertos autores, saber de sus apasionadas vidas y entender el porqué de sus pinceladas. Es en ese momento, cuando me tropiezo con un libro de Rodin, y recuerdo un viaje a París en el que tuve la oportunidad de visitar su Museo.
Cuando haces un viaje corto y tienes tanto que ver, tienes que seleccionar tus prioridades, y así hice. Pude haber visto Los Inválidos u otros lugares de interés, pero mi pasión por la escultura no me permitió hacerlo, allí había algo que me atraía.
Entrar en aquel lugar y recorrer las salas es algo que hay que vivir. Te transportas a otra época y sientes la presencia del autor en su obra. Allí pasó gran parte de su vida, y allí nos dejó una gran lección materializada en ESCULTURA.
Paseas por el jardín, por sus dos plantas, cruzas la mirada con otros visitantes y te reconoces en ellos cuando les ves los ojos vidriosos. ¡Qué sensación! No solo me sucede a mí y la emoción es compartida. El idioma es universal y entiendes perfectamente lo que allí acontece. Un trabajo formidable en un estupendo entorno, ¿qué más se puede pedir?

Hablar de ciertas cosas que te superan, es muy complicado y es lo que me pasa en estos momentos, pues la obra de Rodin te deja sin palabras. No puedo decir una obra en concreto, ni un tema representado y no me quedo con la obra en conjunto. Me quedo con todo.
La tarde que pasé en ese lugar mágico es lo que tengo registrado en mi retina, y en ese registro guardo sobre todo las miradas de los visitantes, cómplices a veces, cuando tus manos se acercan y tocan las obras, cuando ellos miran hacia otro lado para posteriormente hacer lo mismo que tú.
¡Si! La escultura hay que tocarla, y si no te dejan, busca el momento si de verdad pide ser tocada, puesto que hay esculturas que si no se tocan es como si las vieras a medias. (Ya hablaremos de esto en otro momento).
Vuelvo a mis obligaciones, cierro el libro y lo coloco en su sitio, esperando abrir otro algún día, que me recuerde un futuro viaje.


 

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