Ayer
tuve la oportunidad de visitar la última exposición de Paco Sanchidrián.
Bajo
el título de «Caleidoscópico», la
muestra se inauguró el pasado dos de noviembre en la sala del Episcopio, junto
a la catedral de Ávila.
Desconozco
si el nombre de la exposición vino antes que la elección del lugar o si, por el
contrario, fue el recinto el que inspiró el título.
La
sala, de planta rectangular y completamente abovedada, nos recuerda a los
fragmentos más o menos ordenados que nos brindan los espejos de un
caleidoscopio, el color ya lo pone Paco.
Así
es, rematando o arrancando la bóveda de la sala (según lo vea cada uno), el
pintor nos regala una explosión de color dividida en cuatro zonas con una
cierta diferencia, pero con un nexo común…
En la
obra que Paco Sanchidrián nos propone, además del color, se aprecia el oficio
de una dilatada experiencia, ya que, según fuentes sacadas de algunos medios de
comunicación, «son más de cuarenta
décadas las que el pintor lleva dedicadas a la pintura». Es probable y, a
ver si tengo un rato para conversar con él, que coincidiera con Velázquez en alguno
de sus viajes por la Corte...
Le
conociera o no, en la obra de Paco se ve sobre todo absoluta sinceridad, se
aprecia en cada centímetro del lienzo que se lo pasa bien, que disfruta con lo
hace, que nadie le pone objetivos o metas, su obra brota de sus manos como un
manantial, es algo natural, no hay nada forzado y eso, da gusto verlo en una
exposición.
En una
sala convertida en caleidoscopio, no podía faltar la imaginación en las imágenes
que apreciamos. Cada obra tiene algo más, otro cuadro en cada mirada, una vista
cenital de un lugar concreto o soñado, un fragmento de un plano, de una ciudad
o un edificio, un detalle imprescindible, un recuerdo de la infancia… En definitiva,
magia…
Hasta
el día 15 de noviembre permanecerá abierta la exposición.